Tal vez notaron que los últimos días hubo pocos posts en este blog, en el que en general publico algo diariamente, de lunes a viernes.
El hueco se debe a que mi padre falleció la semana pasada, y obviamente mis prioridades no pasaron por aquí. Pero hoy retomo con un post que pretende ser mi pequeño homenaje para él, que fue quien incluyó en mi carrera técnica, y me acercó, de alguna manera, al mundo del software. Más allá del homenaje, espero que algunos lectores se sientan identificados, tal vez, con alguna anécdota que les recuerde su propio camino.
Mi padre fue tripulante de vuelo en Aerolíneas Argentinas por décadas. Mientras estudiaba para piloto, empezó a trabajar como auxiliar de vuelo, más tarde comisario de a bordo, hasta que logró pasar a un puesto de cabina con un puesto que hoy ya no existe: navegador / radio-operador (navro, en la vieja jerga aeronáutica).
Algunas de las primeras cosas que cautivaron mi imaginación por la tecnología fueron verlo trazando rutas sobre mapas gigantescos (desplegados eran como una sábana de dos plazas) utilizando compases y transportadores muy complejos, o revisar los enormes manuales de vuelo de los aviones, que en esa época los tripulantes llevaban encarpetados en pesadas valijas junto con sus instrumentos.
Pero el primer empujón real a lo que se convertiría en mi carrera fue cuando me regaló, traído en uno de sus viajes a EEUU, un kit de electrónica con componentes pre-armados, para usar sin soldador, mordiendo el extremo de los cables en pequeños resortes que conectaban a las patas de los diodos, transistores, resistencias, y demás componentes.
Hace mucho que perdí el rastro de aquel kit, y no conservo ninguna foto, pero encontré esta foto de un kit que es prácticamente idéntico al mio:
La caja de madera tenía una lamparita, capacitores, resistencias, diodos y transistores, un ferrite con bovina (para captar radio), algunas celdas solares, un potenciometro, un display de leds (para un único dígito), un parlante, y zócalos para baterías de distinto voltaje, entre otras cosas.
Con este kit aprendí, a fines de los '70, a hacer un flip-flop, algunas compuertas lógicas, y cosas más triviales como una radio, un sensor de luz y otros proyectos básicos. Pero bastó para mostrarme la base de la electrónica analógica y poner un tímido pie en la digital.
Como yo estaba en la escuela primaria y mi inglés era muy precario, mi viejo se tomó el trabajo de traducir todo el manual que se ve en la foto, con los 160 proyectos mencionados (algunos de más de una página) escribiéndolos en una máquina Olivetti portátil que llevaba y traía en cada vuelo durante un mes o dos, dedicando todo su tiempo libre a mi curiosidad.
Este juego me decidió a entrar en un colegio secundario con especialidad en electrónica, donde aunque no aprendí mucho del tema realmente, conocí a otros proto-hackers de los que me hice amigo y con quienes empezamos a molestar en los primeros negocios que traían computadoras personales al país (mucho antes de la IBM PC), convenciéndolos de que nos dejaran usarlas un poco a cambio de hacer demostraciones para los clientes interesados, ya que usualmente nadie sabía como usarlas.
La primer computadora que fue mía (al menos un tercio) también la financió mi papá. La compramos con otros dos amigos y la teníamos una semana cada uno, pero él nos desafió a que teníamos que mostrarle lo que aprendíamos a nuestros padres, más allá de los juegos, para asegurar que no perdiéramos oportunidad de aprender.
También fue el viejo quien me heredó su colección de revistas Mas Allá (la primer revista argentina de ciencia ficción, editada a mediados de los '50 y que él guardó -sin saberlo- para encender otra llamita en mi cabeza, que entró con estos tomos en el mundo de la ciencia ficción, que es también responsable de gran parte de las ideas que me llevaron a dedicarme a la programación.
El resto es historia, pero todo empezó con esos empujones iniciales de mi querido viejo, con quien ya no voy a poder charlar de nuestros interés comunes, y a quien sólo me queda extrañar.